TRAGEDIA EDUCATIVA

DANTE AVARO (14 de diciembre de 2018)

Para el Señor Santiago del Moro que se pregunta: ¿cuándo inició todo?

La política pública se basa en evidencias. Pero también hay que reconocer que el policy analysis puede, eventualmente, echar mano a una multiplicidad de fuentes de información incluida la narrativa en primera persona. Aquí va una.

Juan Sixto (1909-1984) fue, entre muertos y sobrevivientes, el sexto de catorce. Su segundo nombre remite a una familia romana patricia, pero la realidad lo condenó al analfabetismo funcional y su trabajo lo amarró, por siempre, a la indómita naturaleza que se empecinó una y otra vez en luchar desmesuradamente por no ser domeñada, es decir, estuvo siempre contra él. Nació y murió atado a la tierra, quizá para verificar la sentencia bíblica o quizá porque no pudo escapar de ella. Lo cierto es que provino de chacareros incultos y reprodujo otros de iguales características. Y como siempre suele suceder en estos casos estuvo rodeado de personajes similares. La naturaleza es ruda hasta para reunir en su lecho a los bastos hombres que huyen del cincel civilizador. Hablo con conocimiento de causa, de ahí provengo, Sixto fue mi abuelo.

En medio de ese paisaje desolador, a la mitad de cualquier rudeza -porque en estos casos el mapa cognitivo disponible te deja in media res de lo tosco- ninguna otra cosa que no suene a limitación y privación suena posible. A pesar de ello siempre me deslumbró su inteligencia. También, debo confesar, me intrigó.

Él era una persona curiosa, pero no ambiciosa. Su forma de ser me enseño que se puede ser ambicioso mas no curioso. Lo que da por resultado: egoístas fracasados, exitosos cretinos, cretinos a secas, muchos resentidos y una multitud de estúpidos. Su curiosidad no tenía límites, su audacia tampoco. Me hablaba siempre de múltiples temas y, siendo o no su objetivo vital, me empujaba, también, a hacerlo. Uno de sus temas preferidos era la educación y el trabajo, para él todo se remitía a la “escuela”. Su curiositas, no la virtud de la studiositas, lo empujaba a versiones alternativas, pero recurrentes, del mismo tópico: las personas educadas sólo pueden serlo en esferas acotadas, los incultos estamos condenados a vivir incultamente en todas.

Su curiosidad fraguó su temeridad. Me afirmó una y otra vez que cuando las personas, en sus conversaciones, remiten al pasado como paraíso perdido, están mintiendo o eran tan incultas como él. Me sostuvo que era mentira que antes la gente era más trabajadora. No hay paraíso perdido, porque nunca estuvimos en él. La tesis es falsa porque su premisa, podríamos añadir por él, también lo es: la escuela de ahora no es diferente a lo que era. La escuela, para él que no había ido a ninguna, no cambiaba en lo sustancial un clivaje cultural característico de su época: el uso del “tengo” por el “quiero” ir a trabajar.

Para el embrutecido campesino la “escuela” y el “trabajo” se relacionaban de la peor manera posible: la escuela enseña a jugar a las escondidas, escabulléndose de la responsabilidad. Era un lugar, según su punto de vista, donde todo podía pasar y nada también. La “escuela” no sirve, me dijo en más de una ocasión, para cultivar la virtud del yerro, sino para trasladarla. El famoso “me equivoqué” se diluye entre los guardapolvos blancos, dando lugar a: “Aunque equivocado, persisto en mi necedad”. Así, decía Juan Sixto, nadie puede querer trabajar, porque sin aceptar lo errores no se persigue la responsabilidad y sin aceptarla no queda más que el “tengo”. No queda más que una sociedad condenada a moverse bíblicamente “por el sudor de la frente y el trabajo de las manos”, pero no en la búsqueda de un destino compartido mediante responsabilidades (¡El quiero!).

Pero no pienses, me aclaró en más de una oportunidad, que no reconozco que en nuestra sociedad no hay buenos abogados, médicos o tenedores de libros. Éstos -me remachaba- estaban ayer, están hoy y los habrá mañana, pero serán educados sólo en sus esferas de acción, mientas que los incultos interactuamos en todas, incluidas aquellas en donde están los educados.

Como podrá ver, estimada persona lectora, el análisis de Juan Sixto remite a la cuadratura del círculo: el desafío de las políticas públicas fue y es ofrecer lo bueno y deseable a muchos. Por eso en 1972 acuñaron el término problemas retorcidos, entre otras cosas, para dar cuenta que entre calidad y cantidad median otras cosas además de los recursos.

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