LAS "PASO" O ELEGIR PERSONAS AMBICIOSAS

DANTE AVARO (14 de septiembre de 2018)

Frente a las elecciones legislativas de 2017 algunos sectores políticos comenzaron a dudar sobre la continuidad de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) de cara al futuro. Aunque resulte difícil conocer el presupuesto destinado a esta etapa del proceso electoral, algunos actores, entre ellos el Poder Ejecutivo, estiman que la cifra rondaría en los 2.700 millones de pesos. Numerosos ciudadanos se preguntan si ese umbral presupuestal no es un gasto exagerado. Sin embargo, mucho o poco siempre es con respecto a algo y para algo.

En esta ocasión, como tendencia general, los electores no tienen nada para elegir al interior de las fuerzas políticas, por tanto, para no elegir nada, es oneroso. Podríamos ser más cautelosos y pensar que la utilidad de las PASO radica en su capacidad para agregar preferencias, es decir, para licuar propuestas de cara a las elecciones. Pero si lo entendemos así tendríamos que convenir que los ciudadanos estamos pagando (subsidiando con 2.700 millones) a los políticos para que finalmente tengamos que hacer el trabajo que les toca hacer a ellos. Y puede concluirse que si nosotros vamos a hacer lo que les toca a ellos, es decir, diferenciarlos sin haber escuchado sus propuestas y argumentos, sin sentir-percibir su voluntad de poder, nos podríamos ahorrar tranquilamente ese presupuesto. Simular competencia puede parecer que competimos, pero los resultados no serán nunca los mismos a los de una real competencia.

Es oportuno resaltar que si tomamos en cuenta la cantidad de electores habilitados en las elecciones presidenciales de 2015, el presupuesto público por elector rondaría los 84,30 pesos. Un café con leche y una o dos medialunas. Aporte que cada ciudadano puede percibir como razonable para financiar la democracia al nivel de la competencia interna de las fuerzas políticas en pugna. Con todo, el asunto radica en que financiamos un espectáculo al que no le vemos la utilidad y disfrute. Si los ciudadanos nos vamos a privar gustosos de ese café con leche y medialunas es porque queremos ver cómo compiten los pre-candidatos, queremos ver de qué madera están hechos, sólo así la democracia criba o selecciona.

Si bien es cierto que casi nunca podemos resolver el sentido causal entre ‘el dinero fluye a los políticos porque son buenos pre-candidatos’ o ‘son buenos pre-candidatos porque obtuvieron financiamiento’, sí sabemos que la democracia funciona mejor cuando los ciudadanos creen que el sistema de financiamiento sirve para cribar o seleccionar a los mejores pre-candidatos. Y el momento histórico en que vivimos nos gustaría ver que las fuerzas políticas se empeñan en ofrecer a sus ciudadanos un suculento plato para que en la gran fiesta democrática los ciudadanos-comensales escojamos. Para eso resulta necesario que los pre-candidatos no sólo quieran el poder, sino que tengan ambiciones. De lo contrario, los ciudadanos seguiremos pensando que el pre-candidato se refugia en el poder, en vez de usar el poder de cara a la sociedad.

Tal vez el lector comprenda con mayor claridad lo que tengo en mente si concluyo con una historia. Francis Joseph “Frank” Underwood (el personaje de la serie House of Card interpretado por el actor Kevin Spacey Fowler) casi podría haber citado a la prestigiosa filósofa H. Arendt, pero al guionista le pareció una exageración. Luego de haber soportado la embestida de un cabildero (Jerry, un ex colaborador), recostado sobre el mármol que recubre la pared, mira a la cámara y le habla al espectador, en esa especie de paréntesis que el director ha introducido para generar una complicidad con el auditorio, y dice: “¡Qué desperdicio de talento!” [“Such a waste of talent”], refiriéndose claramente a la capacidad del cabildero Jerry. Y prosigue de manera lacónica, pero con ironía deja entrever su disgusto: no entiende cómo en Washington alguien como Jerry escoge el dinero y no el poder. Y remata: “El dinero puede comprar una mansión que al cabo de una década se derrumbará, en cambio el poder es el antiguo edificio que dura siglos”. [Hay una fina ironía aquí: se refiere a la mansión como “Mcmansion”, mansiones construidas en serie, y, además, localizada en Sarasota, Florida]. El final de la reflexión que Frank le comparte en privado al espectador resulta de una extraordinaria exquisitez: “No puedo respetar a quien no ve la diferencia” [I can’not respect someone who doesn’t see the difference] (Vid. House of Cards, Temporada 1, Capítulo 2, Minutos: 3:40 a 5:00).

Y asevero, los ciudadanos sí somos capaces de percibir esa diferencia, espero que los pre-candidatos también.

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