Tal vez el lector comprenda con mayor claridad lo que tengo en mente si concluyo con una historia. Francis Joseph “Frank” Underwood (el personaje de la serie House of Card interpretado por el actor Kevin Spacey Fowler) casi podría haber citado a la prestigiosa filósofa H. Arendt, pero al guionista le pareció una exageración. Luego de haber soportado la embestida de un cabildero (Jerry, un ex colaborador), recostado sobre el mármol que recubre la pared, mira a la cámara y le habla al espectador, en esa especie de paréntesis que el director ha introducido para generar una complicidad con el auditorio, y dice: “¡Qué desperdicio de talento!” [“Such a waste of talent”], refiriéndose claramente a la capacidad del cabildero Jerry. Y prosigue de manera lacónica, pero con ironía deja entrever su disgusto: no entiende cómo en Washington alguien como Jerry escoge el dinero y no el poder. Y remata: “El dinero puede comprar una mansión que al cabo de una década se derrumbará, en cambio el poder es el antiguo edificio que dura siglos”. [Hay una fina ironía aquí: se refiere a la mansión como “Mcmansion”, mansiones construidas en serie, y, además, localizada en Sarasota, Florida]. El final de la reflexión que Frank le comparte en privado al espectador resulta de una extraordinaria exquisitez: “No puedo respetar a quien no ve la diferencia” [I can’not respect someone who doesn’t see the difference] (Vid. House of Cards, Temporada 1, Capítulo 2, Minutos: 3:40 a 5:00).