Supongamos que una parte importante de la sociedad, tras algunos años de creer en las bondades de la globalización, comienza a percibir, por las razones que fuere, una relación inversa entre globalización y bienestar. Los políticos ven allí una oportunidad para fabricar un discurso antiglobalización, en cierta manera anti-neoliberal y también bienestarista (aunque éste último tenga la forma tan burda como “Make America Great Again”). Supongamos que en esa sociedad hay dos grupos pequeños, pero totalmente enfrentados, por comodidad llamémosle los “nacionalistas” vs. los “liberales”. Cada uno de estos grupos utilizará sus creencias, sus valores y su visión del mundo para fabricar un discurso que permita seducir la mayor cantidad de votantes, esto es apropiarse electoralmente de ese pequeño consenso sobre la relación inversa entre globalización y bienestar. En el caso de Trump ilustra bastante bien este asunto. Él, junto a sus colaboradores, detectaron bastante acertadamente una especie de consenso latente en la sociedad estadounidense sobre la relación inversa entre globalización y bienestar, que fue alimentado, podríamos decir, con discursos xenófobos, misóginos y anti-inmigración. En la opinión pública él aparece como un antisistema. La pregunta es: ¿si Bernie Sanders hubiese ganado las elecciones, diríamos que era un político antisistema?