EL DÍA DESPUÉS DE LA PANDEMIA

DANTE AVARO, 20 de marzo de 2020

Aún en plena pandemia necesitamos pensar en el día después, como sugirió Karl Kautsky en 1902, imaginando qué pasaría luego de la revolución bolchevique.

Pero al emprender tamaño ejercicio intelectual podemos quedar atrapados en dos laberintos. Primero: resulta tentador fantasear que, cuando esto pase, será el tiempo de una humanidad mejorada, pero es necesario establecer qué razones de peso justificarían que esto suceda; de lo contrario, estaríamos caminando a tientas. Segundo: podríamos, más amargamente, advertir el futuro a partir de una extrapolación del pasado reciente. Pero si no somos capaces de establecer con claridad qué creencias, prácticas y reglas han cambiado y nos han cambiado durante esta crisis, tampoco encontraremos sensatez.

Sabemos que las pandemias, a lo largo de la historia, constituyeron momentos de inflexión y de relanzamiento para las culturas. En cierto modo han obrado como reseteadores de las tramas de significación que estructuran nuestra vida en común. La novedad es que lo que antes requirió años, hoy, gracias al desarrollo de los medios de producción y la complejidad simbólica de nuestras sociedades, sucede en pocos meses. El grado actual de avance científico-tecnológico acelera los tiempos y constriñe el espacio, mientras que se magnifican sus consecuencias, y cobran vértigo las respuestas humanas frente a ello.

Hay que recordar, también, que las pandemias han servido en el pasado para reescribir la historia, es decir, disponer de una suerte de estrategia hermenéutica para procesar y narrar lo sucedido. Sin embargo, las propagaciones de ayer, al igual que las de hoy, se inscriben en nuestros cuerpos y lo hacen en un doble registro: en nuestra carne, pero también en el nivel simbólico por excelencia: el cuerpo político.

Estos excepcionales casos de crisis suelen pescar a los gobernantes un poco distraídos. Ocurre así lo que siempre sucede en estos casos, léase, quienes tienen el poder comienzan a mirar qué hacen los otros y tratan de percibir rápidamente qué da resultado y qué acciones empeoran las cosas. En medio de este escenario experimental advierto tres áreas recurrentes en casi todos los gobiernos, aunque con diferentes énfasis. Veamos.

Mayor control sobre medios de producción. Las máximas autoridades, en todo el mundo, se hacen la misma pregunta: ¿cómo puede ser que no controlemos la producción de ciertos insumos o productos básicos? Presidentes como Trump, quizá más como una reacción populista que por una necesidad imperiosa, colocan el énfasis en este asunto. Por eso preparan medidas concretas. En este sentido, para muchos, la discusión pública en EE.UU. ya es sintomática: se advierte la construcción de un nuevo orden económico, mucho más intervencionista, sepultando así las aspiraciones globalizadoras que caracterizaron los años noventa.

Más allá de las especulaciones y los debates partisanos, lo que parece previsible es que la pandemia acelerará las discusiones iniciadas recientemente sobre las cadenas de aprovisionamiento y logística de la producción a escala, en un contexto de preparación para las transformaciones que requiere la puesta en marcha de la Industria 4.0.

Transferencias monetarias. La segunda cuestión que caracteriza la intervención de todos los gobiernos es el incremento de la liquidez, ya sea mediante la baja de las tasas de interés decretada por los bancos centrales o por enormes paquetes de ayuda fiscal. Pero lo que se observa desde Corea del Sur hasta EE.UU. es la intención de canalizar estas ayudas por medio de transferencias monetarias, específicamente en variantes de lo que se denomina ingresos básicos. Hay que recordar que esa idea cobró notoriedad en la agenda pública estos últimos años, pero gana todavía más terreno ahora, en plena campaña presidencial estadounidense. Detalle de tecnología: hoy día, las transferencias monetarias son difíciles de disociar de las billeteras virtuales, y éstas corren en paralelo con los múltiples proyectos de monedas virtuales en danza, en las principales economías del mundo.

Supervigilancia estatal. Finalmente está la cuestión de la inteligencia artificial (IA). Las aplicaciones móviles para registrar los contagios han sido útiles para trazar mapas y observar dinámicas, pero también para controlar y hacer efectiva la cuarentena. Algunas habían sido utilizadas en épocas de la H1N1. Y cabe destacar que los desarrollos pioneros no se hicieron en China, sino en las democracias occidentales. En este contexto, vale subrayar que, aun en plena crisis, el presidente Trump se ocupa de acelerar los plazos y aumentar los fondos para que las pequeñas operadoras de telefonía móvil estadounidense reemplacen software y hardware propiedad de Huawei por otros más confiables en términos de seguridad nacional.

Así pues, resumiendo, el gran paraguas de la IA y el Big Data constituye el sector más vital para atravesar esta pandemia. Son, a ojos vista, nuestra mejor herramienta. Sus tentáculos atraviesan a la sociedad horizontalmente. Pero nadie es capaz de predecir qué pasará con la democracia.

Para graficar nuestra actual incertidumbre, vale referir una historia contada por Beatrice Silverman en su famoso libro Yiddish Folktales. Durante un nevoso invierno había llegado un forastero a la ciudad de Khelm. Se enferma y se dispone a visitar al médico, pero los vecinos se lo impiden porque en este pueblo aman la nieve y no toleran que nadie arruine su impoluta blancura. Deliberaron un rato y decidieron ponerlo sobre una mesa y que cuatro citadinos lo llevaran al hospital.

El enigma de nuestro futuro es cuánto se parece la democracia a la blanca nieve.

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