EL COVID-19 Y LO NUEVO

DANTE AVARO, 20 de marzo de 2020

Quizá Vladimir Ilyich Ulyanov (Lenin) pergeñó, mientras viajaba en el tren sellado, la famosa frase “… hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas”. La sentencia está pensada desde la perspectiva de quien se sabe auctor, es decir, iniciador de algo, pero no desde la mirada de quien experimenta los cambios.

Esa expresión de Lenin tiene la virtud de capturar lo rápida, tumultuosa e imprevisible que suele ser la vida, pero poco tiene que ver con lo nuevo. Lo nuevo es una experiencia que no encaja dentro de ningún recurso cognitivo previo, por tanto ¡ni Lenin sabía ex ante qué era lo nuevo! De la misma forma, el COVID-19 nos angustia individual y colectivamente justamente porque es algo nuevo, no por ser un suceso repentino, tumultuoso e imprevisible.

Los contagios y su velocidad, las muertes y sus circunstancias, la impotencia y el dolor, enmarcan la tragedia que irrumpió en nuestras vidas, pero de ninguna manera representa lo nuevo. El aislamiento social masivo, global y de duración, por ahora, indeterminada, sí. Sin embargo, entre la representación y lo que está en otro lugar es dónde está lo nuevo, y eso está constituido por la respuesta política frente a la pandemia.

Al igual que millones de ciudadanos no entiendo nada de virus, inmunología, infectología, epidemiología, ni de salud pública, y los políticos tampoco. Como ellos, necesitaríamos décadas para entender la naturaleza y alcance del COVID-19. Por tanto, de la misma manera que ellos no tenemos más remedio que aceptar los diagnósticos elaborados por expertos como la mejor evidencia científica disponible para la toma de decisiones.

Pero los que toman las decisiones son los gobernantes; y tomaron, con variantes locales, una medida drástica: el aislamiento social preventivo y obligatorio. No hay antecedentes de esto. Decidieron usar una bala de plata que no admite contrafáctico narrativo. Hoy, después de una cuarentena temporalmente incierta, ya no queda disponible la frase si hubiéramos hecho x. Lo único que queda, frente a un eventual fracaso, es salir de ella bajo mordaza pública, o profundizarla mediante estado de sitio y aplicación de ley marcial.

Sin embargo, si el aislamiento masivo y global es lo nuevo, la duración incierta de éste es lo radicalmente nuevo. El tiempo juega un doble rol: la duración de la cuarentena y el tiempo de salida de esta. Y aquí hay una doble paradoja. Primera, si la cuarentena es corta y la salida abrupta, las sospechas ciudadanas sobre las decisiones apresuradas de los gobernantes caerán como yunques sobre las manos de los políticos. Segunda, si la cuarentena es larga, también lo será la salida, puesto que los daños y costos sociales impedirán un regreso abrupto a los modos de vida anteriores al aislamiento.

De tal forma, si partimos de la premisa que la cuarentena es una decisión acertada, puesto que la evidencia en la que se asienta también lo es, la conclusión previsible sería que la cuarentena tendrá que ser larga y su salida también. Y este es el meollo del asunto: la duración de la cuarentena.

Mientras más largo el período de aislamiento social, más necesidad tendrán nuestras sociedades de acelerar novedosos incentivos que permitan producir, distribuir y consumir bienes y servicios en este nuevo contexto -a este proceso no escapa ni la producción ni el consumo de lo simbólico. De no suceder lo anterior, podrá haber distanciamiento social a punta de fusil, pero no reproducción de sociedad.

En este contexto es de prever más vigilancia estatal, pero también más inteligencia artificial aplicada a la producción y distribución. Es decir, habrá más teletrabajo, más educación virtual, más bots en las ventanillas gubernamentales, más internet de las cosas en las fábricas y los centros de logística, más bots-médicos, robots en los hospitales, más drones aplicados a la vigilancia y logística, también, por lo que se observa, variantes de ingresos básicos universales.

Mientras más larga la cuarentena, más borroso será para el gran público qué actividades se están realizando de manera automática y cuáles mediante injerencia directa por las personas. Mientras más larga sea la espera en confinamiento, más difusa será para el gran público la barrera que separe lo físico de lo virtual.

Si la salida de la cuarentena es larga y progresiva, aumentan las posibilidades de que al regresar a la normalidad perdida nos hagamos las siguientes preguntas: ¿si estuvimos cobrando ingresos básicos, por qué no seguir haciéndolo? ¿Si estudiábamos desde casa, por qué no hacerlo ahora? ¿Si trabajaba desde casa, por qué debería de tomar dos autobuses ahora? ¿Si los bancos pueden operar sin atención al público, por qué seguir con tantas sucursales físicas? ¿Si las consultas médicas virtuales fueron efectivas, porque no seguir con ese esquema? La lista es interminable. Finalmente, ¿si la vigilancia masiva de datos nos salvó la vida, por qué deberíamos preocuparnos por eso?

Por ahora este aislamiento colectivo y global parece ser un experimento que se realiza sin protocolo, de esos que les gustan mucho a los revolucionarios y a los ultraconservadores, pero poco a los buenos demócratas. El dilema entre la vida y la libertad nos ha constituido como humanidad. Quién puede juzgarnos por defender la vida; todavía somos humanos, aunque no sabemos por cuánto tiempo.

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